En una entrevista para la revista N° 8 de El Género
en Plural, la semióloga Ana Camblong brinda su mirada como mujer en vinculación
a distintos aspectos: la gestión institucional, la investigación y la vida
cotidiana.
Por Ana Espinoza (*)
De Ana Camblong se conoce su
trayectoria académica, sus investigaciones y sus ideas sobre la semiótica, la
crítica literaria y la alfabetización en la frontera. Pero poco se sabe de su
mirada como mujer. En una entrevista con El Género en Plural, la investigadora
cuenta sobre su recorrido académico, sus primeros pasos en el estudio
universitario y en la militancia, sus opiniones sobre el feminismo y el rol de
la mujer en la sociedad, la gestión institucional y el ámbito de la
investigación.
Nació en Paraná, Entre Ríos, “de
casualidad”, aclara. Toda su infancia transcurrió en distintos colegios hasta
que su familia decidió quedarse en Misiones donde hizo la secundaria y luego, a
los 17, viajó a Buenos Aires donde se quedó durante ocho años estudiando y
trabajando. Se recibió en la carrera de Filosofía y Letras de la UBA y, en el
76, llegó a la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad
Nacional de Misiones (UNaM). A partir del diagnóstico que realizó, comenzó a
enfocar sus trabajos de investigación sobre la alfabetización en zonas rurales
y de fronteras. A partir de ahí, nunca más dejó de estudiar y de investigar.
Además, se especializó en la
crítica literaria, a través de la guía de maestros como Noé Jitrik y Josefina
Ludmer. Con su producción en base al trabajo de Macedonio Fernández, realizó su
tesis de Doctorado en Letras (UBA) y ganó el Primer Premio Nacional en
Filología, Lingüística e Historia de las Artes, lo cual la hizo conocida a
nivel internacional.
Muchos años se dedicó a la vida
institucional. Durante 16 años estuvo en el Consejo directivo y luego tres años
en el Consejo Superior. En paralelo, sostenía sus dos cátedras y proyectos de
investigación. Fue docente de las carreras de Letras, y de 1990 a 1998, ejerció
como decana de la Facultad, siendo una de las únicas mujeres en ese cargo. En
ese tiempo, con un grupo de compañeras y colegas, también dirigió el Programa
sobre Estudios de la Mujer.
Hasta que tuvo que optar por
tener un perfil más especializado en la semiótica. Fue dejando los estudios de
la mujer y se retiró de la política, para formar un programa con el fin de
diseñar y dirigir la Maestría en Semiótica discursiva. También fue fundadora de
la Asociación Argentina de Semiótica, siendo la primera presidente mujer y la
primera de otra provincia del país. Hoy es profesora emérita de la UNaM y
continúa profundizando sus conocimientos sobre la semiótica: “Es una disciplina
que te da un respaldo teórico científico para que los discursos literarios o
los discursos lingüísticos no queden fuera de la dinámica social. Entonces las
letras no quedan encerradas en su gueto sino que dialogan mucho más con la
comunicación, con el periodismo, con la televisión, con los discursos
sociales”.
- ¿El gusto por el estudio o lo académico es de familia?
No, en absoluto. Todos somos
universitarios pero no vengo de un hogar intelectual. Cuando me fui a estudiar,
empecé kinesiología, hice el ingreso en medicina y sentí que era una cosa
espantosa para mí. Estaba complemente desorientada. Entonces me compré la guía
del estudiante y me senté a estudiar las carreras a ver qué podía hacer. Y en
aquella época, te estoy hablando de la década del 60, era muy duro el ingreso.
- ¿Y eran muchas las mujeres que estudiaban en esa época?
Sí, porque fui a Filosofía y
Letras y siempre hubo mujeres, en Humanidades era lo mismo. Decidí estudiar
Letras como quien tira una botella al mar. Ya se había terminado el cursado de
ingreso entonces me compré todos los libros del cursillo y me senté a estudiar
de la manera más ingenua que te puedas imaginar, leer sociología, historia y
compresión de texto, todo eso de una manera salvaje. Y me fui a rendir libre,
eran colas infinitas, en la época del Onganiato, o sea que el ingreso era
mortal. Rendí el ingreso y me volví, creyendo que no había quedado. Pero
finalmente sí lo hice.
- ¿Fue construyendo su vocación?
Iba de una materia a otra, como
quien va a ser una profesora que va a enseñar lengua en la secundaria. Me pasó
que al comienzo de la carrera estaba el Onganiato, pero al terminar fueron las
grandes rupturas de los años 70. Entonces los que nos habíamos formado con los
carcamanes del proceso, de golpe nos vimos frente a profesores que venían de
México o Europa. Fue un golpe muy grande. Ya estaba terminando la carrera. Pero
ahí me fui a un grupo privado con Noé Jitrik, era el ídolo total, porque venía
de México y Francia y traía todo lo nuevo. Hasta que la Triple A lo amenazó a
Noé y se tuvo que emigrar a México de un día para otro. Entonces yo misma armé
otro grupo e íbamos a lo de Josefina Ludmer, en la época de lo que se llamó La
Universidad de Las Catacumbas. La casa de ella quedaba cerca del comando 601,
cerca de Callao. Íbamos con mucho peligro, nos cuidábamos; era una época
bravísima, muy terrible. Ahí fue como abrirme la cabeza, porque era un grupo
muy activo. Y Josefina era la diva de la crítica literaria, además estaba
casada con Ricardo Piglia, era toda una vanguardia en los bajos fondos, todo
secreto. También la gente que estudiaba Lacan en grupos privados. Entonces
cuando volví a Posadas, fue como reubicarme, me costó. Pero me propuse estudiar
sola, y fue una especie de autodidactismo. Me puse a estudiar y por ejemplo Noé
Jitrik estaba en México y yo le mandaba trabajos míos y él me corregía.
- ¿Sintió en algún momento el mandato social que por ser mujer tenía que
casarse y tener hijos?
Sí. Pero las dos cosas muy
contradictorias. Mi mamá, maestra de provincia, con un sentido del mandato,
pero a su vez, ella nos decía -a sus hijos varones y mujeres- tienen que
estudiar, no importa qué, pero hay que estudiar. A pesar de que ella era tan
pacata en su concepción hasta para la educación sexual, nos incentivó a mi
hermana que estudió Farmacia y a mí, que estudié Letras. Ya después yo tuve un
solo hijo. Pero arrastraba el mandato como una buena setentista. Viví
plenamente esa etapa: la universidad politizada al máximo, de asambleas que
echaban a los profesores y Paco Urondo, montonero, era el jefe de mi
departamento. Los chicos iban calzados, o sea, era una universidad muy
violenta, tiempos muy violentos.
. ¿En algún momento se sintió identificada con el feminismo?
No, yo milite siempre en el
peronismo de base, en la JTP. Para mí era casi una aventura, una no tenía mucha
conciencia de cuáles eran los peligros. Pero sí, una se cuidaba, había que
salir con documento y en la universidad había un montón de espías. La lucha femenina era en cada historia de
vida, en cómo nos vestíamos, en qué hacíamos, en toda nuestra vida cotidiana.
Por supuesto que ya había movimiento, pero era mucho más la política sindical o
la juventud peronista, ir a las manifestaciones, a las asambleas.
- ¿En qué consistía el Programa de Estudios sobre la Mujer?
Había de todo, historias de
distintas mujeres, la tesis de Mirian Barone fue sobre historias de maternaje y
yo trabajé con Lidia Schiavoni en historias de vidas de distintas clases
sociales, la relación con el trabajo y ahí, lo que hacía era una interpretación
de los discursos y los testimonios. Tuve esa participación y luego me sustraje,
me cuesta un poco militar en las organizaciones feministas, sinceramente.
- ¿Por qué le sucede eso?
Por un lado mi propia vida es feminista, entonces a veces me queda hueco, no me
gustan los fanatismos. Me pasa lo mismos en la política: tengo mucha actividad,
pero en cuanto veo la cosa medio gregaria, de tener que defender aunque el
mundo se venga abajo, eso me sustrae. Me
doy cuenta que me cuesta la lucha cuando se va fanatizando. Me resulta
densa. El fanatismo me expulsa en todos
los ámbitos, religioso o político. Todavía las del setenta creemos que la
coherencia es un valor.
- ¿Cuáles eran esas preocupaciones o problemáticas en los estudios de la
mujer en los 90?
Una de las grandes preocupaciones
era el trabajo, empleo y desempleo, las actitudes y la situación de la mujer,
en pleno neoliberalismo, en plena flexibilización laboral. La comparación con
la vida rural y la vida urbana, la comparación de la clase media profesional
con otras mujeres, la inserción de la mujer en distintos ámbitos. Por ejemplo en Humanidades siempre es
altísima la proporción de las mujeres, sin embargo yo fui la primera decana. O
sea, que siempre votábamos a hombres o había 20 hombres sobre 600 mujeres, y
esos 20 eran los jefes. Se veía cierta distribución del poder cuasi estable. No
es que las mujeres no militaban, pero lo que se veía claramente era que había
un decano y un secretario académico, cuando en realidad la mayoría éramos
mujeres. En realidad, también en la estructura de la universidad, si tomabas
todo el padrón había casi el 50 por ciento femenino, y toda la cúpula era
masculina.
- Dora Barrancos dice que la universidad está femeneizada pero todavía se
percibe una falta de equidad en el acceso de los cargos jerárquicos. ¿Cómo eran
esos momentos cuando usted trabajaba como decana y de qué manera podría comparar
con la actualidad?
Pienso que hay un avance, porque
hay más decanas, directora de enfermería y la de artes (ahora creo que hay un
decano). Pero sí, eran durísimos. No era
el enfrentamiento solamente de mujeres y varones en una estructurada
completamente masculinizada, sino también en mi figura estaba Humanidades
versus Química que es y era una rivalidad entre ciencias duras y ciencias
blandas. Eso se veía. El primer rector de mi gestión fue de humanidades,
Ricardo Biazzi, entonces yo tenía una alianza dentro de la estructura mayor,
pero el segundo decanato, el rector fue de ciencias exactas y hubo batallas
fenomenales. Siempre el punto de discusión es el presupuesto, más todo el
anecdotario machista, los chistes, el ninguneo. Entonces habían enfrentamientos y discusiones, de modo que el género
era una cuestión no solo pertinente sino que había lugares que ganar, lugares
que nunca habían estado ocupados todavía y creo que ahora eso está mucho más
flexibilizado. Pasaron 20 años y esos años fueron de avance femenino. Creo que
sin haber logrado una paridad o una simetría más armoniosa, cabe pensar que
hubo un avance respecto de aquellos años.
- ¿Cuál es el lugar de la mujer en la política institucional?
Creo que debe ser de igual a
igual. Ahí ya entra un perfil de la honestidad personal y singular, ambos,
varón y mujer están completamente preparados. Creo que en un ámbito
universitario se supone que eso debería ser que va de suyo. Sin embargo no es
del todo así; muchas veces porque la
propia mujer renuncia a su lugar y se pone en ese lugar metonímico, a la vera
de, siempre funge de secretario o de acompañamiento. Entonces es un
renunciamiento a su cuota de poder, incluso pone mucho justamente para
acompañar a ese funcionario que se luce, y atrás tiene un equipo de mujeres que
se matan trabajando. No llega a ser subalterna, pero está al lado de, un
escalón más abajo. Eso es difícil de combatir. Pero de todas maneras creo que
el estudio y la independencia o autonomía económica es fundamental. Es la base,
más allá de toda lucha.
- En cuanto a la investigación ¿cuáles cree que fueron los avances de las
mujeres?
Fueron muchos los avances. Creo que va directamente relacionado con las
matrículas de base universitaria, hasta se podría decir que hay más mujeres que
varones, y también la mujer sabe que tiene que ganarse su lugar. Desde una
mirada intuitiva sobre los medios y haciendo una apipada de la actualidad, lo que se ve es que me parece que el hombre
está desconcertado frente a los logros efectivos de la mujer. Ni siquiera hay que entablar una lucha con
el hombre, hay que hacer cosas que te dan poder, que te dan lugar, y ese mero
estar en el lugar es desconcertante para el hombre, es un problema, que
incluso hasta el más conspicuo y superado te puede decir ‘sí, bárbaro’ pero a
la hora de enfrentar esa realidad se siente incómodo; y ni hablar los de mi
generación, un tipo de 60 años para arriba tiene grandes desconciertos con los
avances femeninos o con la autonomía femenina que es lo que más afecta a los
territorios masculinos.
- ¿Cómo es su vida hoy?
Trato de ser lo más jubilada
posible. Estoy en retirada y tratando de escribir. Estoy haciendo un libro
sobre una propuesta teórica que trabajo hace mucho tiempo. A lo que más me
dedico es hacer la trastienda de los grupos de investigación. Cuando uno se
jubila creo que uno puede hacer un trabajo interesante para los jóvenes,
entonces conecto y delego, eso para nuestra zona periférica es como una manera
de cumplir un apoyo logístico y eso siempre tuve en claro. En una universidad nueva
nosotros fuimos la primera generación, entonces todo el tiempo pasé una posta. El gran desafío de poder competir desde el
borde, siempre fue importantísimo para mí. Desde acá también se puede pensar.
No que toda la gente capaz se vaya a Buenos Aires. Eso me parece un error
estratégico. Si yo hubiera hecho mi carrera en Buenos Aires hubiera estado
mejor individualmente, pero también acá hice trabajos que me parecen mucho más
interesantes. Por eso, desde este lugar de borde, donde hay un montón de gente
talentosa e inteligente, busco potenciar esos grupos y que hagan sus carreras.
(*) Licenciada en Periodismo y Comunicación Social (UNLP) e integrante del Centro de estudios y promoción de la equidad de género "Flora Tristán" de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM).
(*) Licenciada en Periodismo y Comunicación Social (UNLP) e integrante del Centro de estudios y promoción de la equidad de género "Flora Tristán" de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM).